Autor: William McIlvanney
Edición: Salamandra, Barcelona 2021
«Eck Adamson, un hombre entrado en años, con barba de náufrago y apestando a alcohol, es ingresado en el Royal Infirmary de Glasgow. Agonizante en una sala de urgencias, el vagabundo no para de repetir el nombre del inspector Jack Laidlaw, y dado que ningún policía se habría tomado la molestia de acudir al hospital, sus palabras habrían caído en saco roto de no ser porque Laidlaw, haciendo honor a su fama de protector de los pobres y predilecto de los damnificados, acude a escuchar al moribundo. Y su diligenica tiene premio: en las crípticas palabras finales de Eck ("me dieron un vino que no era vino"), Laidlaw descifra la clave para resolver el asesinato de un rufián del mundo del hampa y, al tiempo, aclarar la desaparición de Tony Veitch, un joven universitarios de buena familia, grafómano e idealista» (de la contraportada).
Segunda entrada del la trilogía dedicada al inspector Laidlaw. Me ha gustado menos que la primera, Laidlaw, que tampoco me pareció para tirar cohetes. La novela es lenta, y Laidlay filosofa en exceso. He tenido que leerla a ratitos cortos y eso creo que ha afectado al posible disfrute: hay mucho cambio de escenario y muchos secundarios y a veces me perdía. La novela es de 1983, así que no hay móviles, ni rastreo de llamadas, ni direcciones IP, y eso sí me gusta. Leeré sin duda la tercera, aunque sólo sea por cerrar la trilogía.
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