10 de marzo de 2011

¿Como convertir a los borrachos en catadores?

Esto lo he leído en Bienvenidos a la fiesta. Lo copio en lugar de enlazarlo porque me ha parecido bueno y porque allí cuesta leerlo. Pero la autoría del texto es de Luis Daniel. De hecho, tengo que reconocer que no leo a Chesterton: después de leer El hombre que fue jueves desarrollé una alergía que no se me ha curado, aunque reconozco que es un tipo tremendamente ingenioso (me encanta lo de definir la tarea de los educadores como «el difícil trabajo de convertir a los borrachos en catadores»). Espero que os guste el texto.

Comenta Chesterton que las calles en las que vivimos son «abigarradas, de rayas, de puntos, moteadas y a retales como una colcha», pero en ellas «los colores se presentan mal conectados, en una escala equivocada y, por encima de todo, por motivos equivocados».

Y, para explicar esto propone comparar las «gigantescas trivialidades que hay en los anuncios publicitarios con esas minúsculas y tremendas pinturas en las que los medievales registraban sus sueños; pequeñas pinturas donde el cielo azul es algo mayor que un único zafiro y los fuegos del infierno sólo una manchita pigmea de oro. La diferencia aquí no es únicamente que el arte del cartelismo sea por naturaleza más rápido que los manuscritos iluminados; no es siquiera que el artista estuviera sirviendo a Dios, mientras que el artista moderno está sirviendo a los señores. Es que el viejo artista luchaba por transmitir la impresión de que los colores eran realmente cosas significativas y preciosas, como joyas y piedras de talismán. El color solía ser arbitrario, pero era siempre definitivo. Si un pájaro era azul, si un árbol era dorado, si un pez era plateado, si una nube era roja, el artista conseguía transmitir que esos colores eran importantes y casi penosamente intensos; todo el rojo vivo y el oro ardían en el fuego. Ése es el espíritu con respecto al color que las escuelas deben recuperar y proteger si realmente quieren que los niños se interesen o encuentren un placer en él. No es tanto un exceso de color; es más bien, por así decirlo, una especie de ardiente ahorro. (...) Esta es la dura tarea que tienen por delante los educadores en esta cuestión en particular: deben enseñar a la gente a saborear los colores como hacen con los licores. Tienen el difícil trabajo de convertir a los borrachos en catadores».

Y, más adelante, sigue: «El color marrón terroso del hábito del monje se escogía para expresar trabajo y humildad, mientras que el marrón del sombrero del oficinista no se escogió para expresar nada. El monje pretendía decir que se había vestido de polvo. Estoy seguro de que el oficinista no quiere decir que se corona de arcilla». «El armiño blanco quería expresar pureza moral; los chalecos blancos, no». «La cuestión no es que hayamos perdido los matices de los colores, sino que hemos perdido la capacidad de sacarles el mejor partido. No somos como niños que hayamos perdido su caja de colores y nos hayamos quedado sólo con un lápiz gris. Somos como niños que hemos mezclado todos los colores de la caja y hemos perdido el papel de las instrucciones. Aún así (no lo niego), uno se puede divertir».

G. K. Chesterton. «El arco iris roto», Lo que está mal en el mundo (What´s Wrong with the World, 1910). Madrid: Ciudadela, 2006; 208 pp.; col. Ciudadela ensayo; trad. de de Mónica Rubio Fernández, ISBN: 84-934669-7-2.

9 comentarios :

  1. A mí me pasa algo parecido con Chesterton. No aguanto sus novelas, pero sus cuentos y ensayos me parecen geniales. Y es que sus novelas realmente no son ficciones sino versiones noveladas de sus ensayos. Sus personajes no son personajes vivos sino la voz de su amo.

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  2. Me ha gustado lo que pones, no sé bien si he perdido los lápices de colores o si he mezclado todos los colores. Soy muy torpe para esto, creo que todavía tengo los lápices de colores, pero lo peor es que igual ni siquiera soy consciente de que no es así.
    Me has dejado con la curiosidad de por qué, de alguna forma, el hombre que fue jueves, te vacunó un poco contra Chesterton. Me intriga porque lo tengo como uno de mis pendientes, pero no sé bien cómo escribe, aunque sí parece muy ingenioso con el ejemplo de hoy.
    Besos blogueros

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  3. Chesterton, al contrario que otros escritores "cristianos", como Tolkiien, Lewis o el propio Waugh -que tanto te gusta- no fue capaz de hacer su labor "apostólica" a través de la literatura o la poesía. Sus libros de "literatura" son demasiado obvios, excepto el Padre Brown. Por otro lado, sus ensayos y artículos periodísticos son, simplemente, clásicos imperecederos. Recomiendo especialmente "Ortodoxia"

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  4. Hola José María. Me tranquiliza que haya otros a los que sus novelas no les entran. Quiero leer a Chesterton, porque sé que es bastante genial, así que me viene muy bien la pista que me das: ensayos y cuentos.
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    Hola Icíar. El hombre que fue jueves me pareció un rollazo. Es una novela simbólica con apariencia de novela policiaca, y eso no se me da bien. Creo que Chesterton es muy ocurrente e ingenioso en sus ensayos (sólo he leído trocitos), pero se pone demasiado serio en sus novelas. De todas formas, yo probaría con El hombre que fue jueves, siempre que no seas de las que nunca dejan un libro aunque les esté horrorizando. Puedes seguir los consejos de José María e Ignatius.
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    Hola Ignatius. Seguiré tu consejo, que coincide con el de José María: ensayos. Respecto a la labor "apostólica" de los autores que citas, yo no usaría esa palabra, y menos con Tolkien y Waugh. Con Lewis sí, pero yo diría "apologética" en lugar de "apostólica": no busca convencer, sino explicar / defender.

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  5. R.A.E.:

    apostolado: oficio de apostol
    apostol: 5. Propagador de cualquier género de doctrina importante.


    apología: Discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo

    Chesterton ( y Lewis excepto Narnia) son apologéticos, Waugh y Tolkien son apostólicos, desde mi punto de vista, no alaban o defienden, más bien propagan, comunican -en el fondo- la "buena nueva" de manera más o menos metafórica o parabólica, aunque desde luego no es ese el discurso principal.

    La diferencia para mí es esa: a Waugh y Lewis se "les nota" que son católicos, porque lo son, pero sobre todo son escritores, artistas. Chesterton y gran parte de Lewis, incluso su ficción, utilizan la literatura para enseñar o defender sus creencias. Y por eso el Chesterton-ficcón es un coñazo.

    En fin, mi humilde opinión, en cualquier caso.

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  6. Ye, Ignatius, sólo te han faltado las notas a pie de página. Pero he de reconocer que tienes razón en todo, y que tu análisis explica de modo sencillo porque no me gustan las ficciones de Chesterton y Lewis y sí sus ensayos. Sólo añadiría una corrección: cuando dices "Waugh y Lewis son católicos", creo que estás queriendo decir "Waugh y Tolkien": Lewis nunca llegó a ser recibido en la Iglesia Católica. Un abrazo.

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  7. Así es, Ion, lapsus lingue.

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