31 de enero de 2009

El día de la lechuza (Tusquets)

En lugar de enredarme con una sinopsis personal, te dejo dos enlaces (uno y dos), sintéticos y completitos, para que te hagas una idea del contenido y el interés del libro. A destacar que la edición de Alianza estaba ya descatalogada, así que Tusquets se apunta un tanto al reeditarlo.

Este libro me trae el recuerdo de Roma y mis esfuerzos, recién llegado, por aprender italiano. Como me gusta leer, se me ocurrió que, además de la Grammatica italiana per stranieri, tenía que tener cerca literatura en italiano, y si era italiana mejor, por aquello de que ¨hay que procurar leer en versión original¨. Il giorno della civetta, de Leonardo Sciascia, no fue una buena elección para apoyar mis progresos: intuía que era bueno, me gustaba, pero era difícil de leer (de hecho, con el tiempo, acabé cambiando de política: me pasé a la literatura no italiana en italiano, que era más fácil de leer, en concreto a Grisham: no profundizaba en la cultura italiana, pero aprendía tacos y expresiones coloquiales, que al final uno no sabe si no son más útiles).

A lo que íbamos. Releer el libro traducido ha sido un gustazo -gracias Ángela por el chivatazo- y ha corroborado la B que se ganó en su momento. Altamente recomendable para entender el fenómeno de la mafia en su origen. La novela está llena de frases y discursos memorables. Os dejo uno de mis párrafos favoritos, pronunciado por el onorevole Mariano Arena, que dice mucho de la psicología mafiosa.
«Un bosque de cuernos, la humanidad, más espeso que el bosque de la Ficuzza cuando era un bosque de verdad. ¿Y sabes quién se divierte paseando sobre los cuernos? Primero, y guárdatelo bien en la cabeza: los curas; segundo: los políticos, y cuanto más dicen que están con el pueblo, que quieren el bien del pueblo, tanto más le pisotean los cuernos; tercero: los que son como yo y como tú. Es verdad que existe el riesgo de pisar en falso y quedarte ensartado, lo mismo para mí que para los curas y los políticos, pero incluso si me desgarra ahí dentro, un cuerno siempre es un cuerno y el cornudo es quien lo lleva en la cabeza... Qué satisfacción, Dios santo, qué satisfacción: estoy mal, me muero, pero sois unos cornudos...»
Bastante clarito, ¿no?

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